Los sueños son una vaina seria, !y el subconsciente también! Que lo diga el pana que vive en la Av. Las Acacias, justo detrás de mi casa, y que en estos días llamó para contarme que tuvo una pesadilla: iba conduciendo una camioneta, agarró un atajo y se encontró con unos tipos bien malos que querían matarlo. Estaba asustadísimo el pana, y decía que lo peor del sueño era que no podía despertarse por más que lo intentaba.
Por fortuna andaba yo en una buseta rumbo a la Universidad, así que pude ponerme mi traje de psicoanalista tramposa y, aprovechando mi conocimiento de su vida actual, le pregunté que qué atajos estaba tomando en su vida que lo tenían tan angustiado. Para mi estaba claro como el agua, pero a él le costó como cinco minutos de dar vueltas sobre su nariz para admitir que para sanar el corazón no hay nada peor que meterse de cabeza en una nueva relación. Que eso de andar utilizando a la gente no es muy sano y mucho menos enamorarse a juro…
- Atajos… hummm….
Inmediatamente me hizo recordar mis propios sueños, y cuántas veces me he hecho la loca para no ver los atajos en que me estoy metiendo. Esas historias en brillantes colores –sí, sueño en colores– que de repente se cuelan en la noche para decirme qué está pasando y mostrarme lo que no quiero ver.
Los que no olvido tienen que ver con el deslave de Vargas. Cuando eso ocurrió (diciembre, 1999), yo estaba viviendo mi propio deslave. En sueños me angustiaba toda la tragedia, oía los gritos, pero no podía ver lo que ocurría a mi alrededor. Sólo recuerdo ese ambiente entre gris y rojo que tanto me mortificaba.
Varios años después, ya con la mar y el corazón más en calma, volví a soñarlo, pero allí estaba yo, inspeccionando el desastre, viendo los edificios que cayeron, el mar que ganó nuevos espacios y allí pude descubrir mi nueva vida: con sus piedras, sus escombros, los edificios que cayeron y los que se mantuvieron en pie. Al final, solo una pequeña bahía, llena de piedritas de colores y el agua mansa para descansar en ella y volver a reír.
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