Como esas vainas que le pasan a las señoritas bien, que les crece la barriga por andar portándose mal. Así debe sentirse ahora el gobierno acostumbrado, como estaba, a tener control total de la Asamblea y ahora obligado a convivir con una oposición que, aunque minoría, debería venir con la actitud de un Cassius Clay tomando esteroides. Se descuidaron, se confiaron, le tomaron el gusto a la cosa y ahora andan en situación embarazosa.
Las tarjetas de invitación dicen que el matrimonio es el 05 de enero próximo, y que el convite es de largo para las damas y frac para los señores. De aquí a allá el novio quemará sus últimos cartuchos de independencia: rumba, pachanga, rock-n-roll y a aprobar todas las leyes que pueda para amarrar el juego. La señorita bien y sus familiares, por su parte, se quejarán voz en cuello de las locuras de su futuro marido en cuanto baby-shower y Expo Novias asista.
Por ahora, ilusionémonos con el vestido y las flores de la iglesia y ya veremos qué ocurre después; si la unida familia de la novia es de buena ley o si nos estaban vendiendo un pa que crean y -acabados los tequeños -se comenzarán a pelear por quién se lleva los centros de mesa y se reunirán en sus casas y steak houses favoritos a criticar el vestido de la novia y el güisqui de 18. Lo que sí es cierto es que los 165 invitados a la fiesta bailarán joropo hasta que acabe el Alma Llanera y usted lo verá por La Hojilla y también por Globovisión.
El amor –o el sentido común– los debería ayudar a sentar cabeza y entender la importancia de este nuevo proyecto y que por el bien de todos se impone un cambio en la manera de pensar y de hablar. Entender que se acabó el ellos y que comenzó la era del nosotros, ¡que estamos embarazados y no podemos seguir haciendo parapente los fines de semana ni peleándonos como carajitos de primarias! Es que a diferencia de las señoritas bien, estos novios por accidente no pueden -- como le hicieron a un pana mío--, mandarle la demanda de divorcio por fax, aduciendo aquello de “diferencias irreconciliables”.
martes, 28 de septiembre de 2010
El matrimonio obligado de la señorita bien
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miércoles, 8 de septiembre de 2010
Vecinas, vinitos y vidriecitos de colores
El agua nos botó del balcón y nos obligó a refugiarnos en el salón. El gato vino corriendo, maullando, a avisar que su espacio favorito junto a la ventana estaba mojándose. Imagino que quería que lo secara. Lo sequé y se fue a dormir en un cojín junto a otra ventana.
Así las cosas, creo que ya me recuperé de los vinitos de anoche y terminé de digerir las reflexiones de mi amiga la vecina. Ayer admitió -otra vez- su enorme miedo al compromiso y el fastidio que le da meter a un hombre en su casa si ella está tan cómoda viviendo con su hija, con sus cremas en la cara, sus rollos en el cabello y sin tener que pretender ser una Misia Venezuela 24X7X365. Le fastidia, también, tener que quitarse a sombrerazos al poco de barrigones casados que tanto se le acercan –por su propio miedo al compromiso.
La vecina quiere romance y diversión y más ná. Ella quiere un cada quien en su casa. Intensos go home. Favor abstenerse psicólogos aficionados y cultores del New Age. No aplicar si va al Gold´s Gym o si tiene biceps de 50 cms. Es que la vecina, acostumbrada como muchas de nosotras a hacer su vida, ahora tiene que rebobinar algunos de sus métodos y procesos si quiere darle espacio a alguien que verdadera y definitivamente valga la pensa.
Pero no es la única, mi pana, el de PB anda igual. Enamoradísimo y sinverguensísimo, pasa de loca en loca y luego –cuando se acuerda y baja las defensas y deja de decir tonteras– se sienta con las panas-panas del edificio a cantar sus soledades y planificar viajes estrambóticos para celebrar su cumpleaños en Atenas, Buenos Aires, Santa Marta o cualquier otra ciudad que se le ocurra. Lo exótico del plan depende de la edad del whisky, no se extrañen que termine en Estambul, aunque sea en sueños.
Entre los vinitos y los cuentos, volví a casa y terminé echándole el cuento al más o menos indicado. Inmediatamente me devolvío el backhand y cual Federer en el US Open me la rebotó en el ombligo. Y yo en mis trece: No es miedo al compromiso, es que uno no está para creer en piedritas y vidriecitos de colores. Hay que saber dónde estamos parados para dar el próximo paso… Me dio la razón y continuamos la conversa hasta que el sueño nos venció, cada quien en su casa.
Por lo pronto, nada mejor que un pragmático y un buen plan de Movilnet.
Así las cosas, creo que ya me recuperé de los vinitos de anoche y terminé de digerir las reflexiones de mi amiga la vecina. Ayer admitió -otra vez- su enorme miedo al compromiso y el fastidio que le da meter a un hombre en su casa si ella está tan cómoda viviendo con su hija, con sus cremas en la cara, sus rollos en el cabello y sin tener que pretender ser una Misia Venezuela 24X7X365. Le fastidia, también, tener que quitarse a sombrerazos al poco de barrigones casados que tanto se le acercan –por su propio miedo al compromiso.
La vecina quiere romance y diversión y más ná. Ella quiere un cada quien en su casa. Intensos go home. Favor abstenerse psicólogos aficionados y cultores del New Age. No aplicar si va al Gold´s Gym o si tiene biceps de 50 cms. Es que la vecina, acostumbrada como muchas de nosotras a hacer su vida, ahora tiene que rebobinar algunos de sus métodos y procesos si quiere darle espacio a alguien que verdadera y definitivamente valga la pensa.
Pero no es la única, mi pana, el de PB anda igual. Enamoradísimo y sinverguensísimo, pasa de loca en loca y luego –cuando se acuerda y baja las defensas y deja de decir tonteras– se sienta con las panas-panas del edificio a cantar sus soledades y planificar viajes estrambóticos para celebrar su cumpleaños en Atenas, Buenos Aires, Santa Marta o cualquier otra ciudad que se le ocurra. Lo exótico del plan depende de la edad del whisky, no se extrañen que termine en Estambul, aunque sea en sueños.
Entre los vinitos y los cuentos, volví a casa y terminé echándole el cuento al más o menos indicado. Inmediatamente me devolvío el backhand y cual Federer en el US Open me la rebotó en el ombligo. Y yo en mis trece: No es miedo al compromiso, es que uno no está para creer en piedritas y vidriecitos de colores. Hay que saber dónde estamos parados para dar el próximo paso… Me dio la razón y continuamos la conversa hasta que el sueño nos venció, cada quien en su casa.
Por lo pronto, nada mejor que un pragmático y un buen plan de Movilnet.
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